6/29/2007

Migración y Remesas (Columna Julio 2)

Concluyó el debate sobre reforma migratoria en los Estados Unidos iniciada en 2006. Y concluyó, en mi opinión, de una manera lamentable. Lamentable porque todos perdimos. Perdieron los actuales trabajadores ilegales al reafirmarse un status que los deteriora personal y financieramente. Perdieron los trabajadores americanos porque no lograrán cosechar los enormes beneficios de las complementariedades entre factores laborales y entre estos y los demás factores, beneficios que diversos trabajos académicos confirman convincentemente, asi se discuta la magnitud de los efectos. Y perdimos los ciudadanos de los países desde donde emigran estos trabajadores, con especial énfasis en Colombia. Veamos por qué.
Primero, perdieron los trabajadores americanos. Los 12.6 millones de trabajadores latinoamericanos que viven en los Estados Unidos, una porción importante de ellos ilegalmente, están subiendo, no bajando, . los salarios de los trabajadores americanos en su conjunto. Según el Profesor David Card, por ejemplo, la evidencia a favor de la tesis de que los inmigrantes bajan el salario de los americanos es muy pobre. En la parte más baja de la distribución salarial, quizás un par de puntos porcentuales. En el conjunto, el efecto es muy positivo: los inmigrantes no calificados elevan el salario promedio y lo hacen porque logran que las economías provenientes de la especialización se apropien más eficientemente entre todos.
Segundo, perdimos los países de origen de estos trabajadores. Ellos enviaron a nuestra región, en la forma de remesas, unos US$45,000 millones en 2006. Trabajadores que migraron hacia otros países llevaron el total a $62,000 millones, y se estima que podría llegar a US$100 mil millones en 2010. Se trata, pues, de un recurso muy importante en lo macroeconómico; basta recordar que los flujos de capital privados totales a la región fueron de US$40,000 millones en 2006, menos de las 2/3 partes. Colombia es un país particularmente fuerte en este frente, el tercero en la región en 2006 (US$4,200 millones según el BID, US$3,800 según el Banco de la República). Para ponerlo en perspectiva, esta cifra es más alta que el valor transado por cualquiera de nuestros productos de exportación, salvo el petróleo, y es comparable a la inversión extranjera directa en ese año excepcionalmente favorable (US$6,200 millones).
Tercero, perdieron las familias que reciben estas remesas. Según los resultados de una encuesta del BID, un 54% de los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos que envían remesas a sus países de origen son menores de 35 años, vienen de soportar condiciones extremadamente duras en sus países de origen, y se integran muy rápidamente al mercado laboral americano. El 64% ganan significativamente menos que el ingreso medio en Estados Unidos, solo el 7% gana más de US$4,000 mensuales, y la remesa promedio que logran enviar a sus familias, varias veces al año, es de US$300.
Es muy cierto que un eje de la reforma que se cayó en el Senado era equivocada y que había alternativas mucho más razonables: la idea de otorgar una amnistía completa a los ilegales con 5 años o más de estadía. Creo, por ejemplo, que una propuesta del Profesor Becker es mejor: que cada inmigrante ilegal reciba un status de legalidad pagando unos US$10,000, cálculo aproximado de tres años de impuestos en valor presente.
Pero no creo que ni esta, que me parece la más razonable, ni otras críticas respetables, pero mucho menos claras, merezcan servir como cimiento de una decisión que perjudica a millones de trabajadores americanos, a millones de inmigrantes latinos, y a millones de familias ubicadas en algunas de las regiones más pobres del mundo, Colombia de manera muy prominente.

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